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En mi anterior escrito os hablaba de buscar anclas, puntos de apoyo, faros en este mar de incertidumbre que surge con el anuncio de una segunda ola de coronavirus. Remitía a esos lugares seguros que nos unen a la vida, que permiten aliviar la inseguridad que puede surgir ante un nuevo confinamiento. 

Imagino que todos los que estamos en AMAI, tanto familiares como afectados por este diagnóstico que nos une, nos encontramos en un momento de especial vulnerabilidad. Aunque para nosotros la salud mental sea un aspecto tan importante, ante una pandemia mundial todo parece quedar en pausa. 

Pero las emociones no conocen entreactos y tienen y deben seguir acompañándonos.  Y, en su compañía, nuestro trabajo pasa por aprender qué nos están enseñando, qué parte de nosotros mismos nos revelan, qué intentan contarnos. 

El primer confinamiento supuso, como para tantos de nosotros, un aumento de mi sintomatología. La tristeza cobró demasiada fuerza, el aislamiento no fue un buen aliado y hubo momentos difíciles en los que volví a sentirme invisible. Un ser desdibujado, intangible. ¿Qué pretendía enseñarme esa tristeza que no supe manejar?

Lo descubrí en una de las actividades en grupo que organiza AMAI. Con bastante miedo, me apunté a una salida en grupo, una excursión a un bonito pueblo adornado por el verde de la naturaleza, un verde esperanza. Un día en contacto con el exterior y con los otros en un entorno de paz. Un entorno seguro, amable, en el que poder hablar mirando a los ojos en vez de bajar la cabeza. Y ahí, en ese día de estar fuera de mi cotidianeidad, conecté con una necesidad que llevo años pasando por alto. Mi tristeza durante el confinamiento quiso contarme que necesito sentir que “pertenezco”, que no soy invisible, que tengo una voz que los demás pueden escuchar desde la comprensión. 

Pertenecer a ese día, a ese momento que estaba viviendo, a la compañía de otras personas. Pertenecer al momento presente me sirvió para sentirme unida a la vida no desde la resignación, sino desde la esperanza.

El sentido de pertenencia es definido como “un sentimiento de arraigo e identificación de un individuo con un grupo o ambiente determinado”. La salud tiene que ver con lo físico y con lo psicológico, pero también con lo social. Las interacciones sanas nos enriquecen, nos sirven de ancla.

Pocas veces he experimentado ese sentimiento de arraigo, esa conexión que como una raíz te une a la tierra y permite que las ramas crezcan. Pocas veces he sentido esa identificación, ese “pertenecer al mundo” que me hace sentir que hay un lugar para mí.

La mayoría del tiempo me he sentido al margen, como las rocas que bordean los ríos. El agua fluye, sigue su camino, pasa por encima de las rocas mientras que éstas se mantienen quietas, inmóviles, mojándose sin pertenecer al río.  La mayoría del tiempo me he sentido al margen, en los límites, en la frontera de una vida que a veces parece no pertenecerme.

Pero el curso del río moldea los bordes de esas rocas y puede convertirlas en cantos. Si el curso del río es continuo, si el agua pasa una y otra vez sobre la misma roca puede convertir sus aristas en suaves bordes, puede incluso mover a las impasibles piedras y convertirlas en pequeños cantos que se mueven con el fluir del agua. Es entonces cuando esas piedras, sin perder su identidad de ser inertes, fluyen y se mueven uniéndose al río, formando parte de él. Ya no están al margen. Pertenecen, forman parte.

Ese ser parte de algo que trasciende a la propia individualidad me hizo sentirme un ser visible, digno de ser, de estar. Pertenecer vincula, da esperanza, ata a la vida.

En su famosa novela Rayuela, Cortázar da una definición de esperanza que siempre me llamó la atención: “Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”.

Todas las personas que formamos parte de AMAI, desde los profesionales, a los familiares y, como no, los afectados por este trastorno, pertenecemos a una Asociación especializada en TLP y, además creo que compartimos ese sentimiento de esperanza. Esperanza por un futuro mejor, por aprender a ser mejores, por reducir los numerosos estigmas asociados a la salud mental. Esperanza por no dejar fuera del curso de este río que es la vida a quienes tenemos este diagnóstico. 

Esperanza por pertenecer, por atarnos a la vida, porque “La esperanza pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”.

AMAI TLP

AMAI TLP, es la Asociación Madrileña de Ayuda e Investigación al Trastorno Límite de la Personalidad.