Estamos viviendo la crisis de salud más grave de los últimos tiempos. Una crisis insólita, nueva para todos y que genera un alto nivel de ambigüedad e incertidumbre en toda la población.
Hemos conectado con el miedo, por la pérdida de salud de los que nos importan y de nosotros mismos. El miedo a lo desconocido, a estar batallando con algo que ni los expertos entienden bien en que consiste y a no saber cómo ni cuándo terminará esta situación.
La angustia por la pérdida de libertad, de rutinas y de movimientos. Por tener que contar las veces que hacemos la compra o vamos a por el pan. Y el sentimiento de soledad inmenso, por la distancia física que se establece como medida de prevención, por la falta de abrazos y de muestras de cariño que han quedado pospuestas y por tener que virtualizar todas nuestras relaciones. Por tanto, ahora más que nunca creo que es fundamental atender a la salud, pero no solo a la salud física si no también a la salud mental.
Desde AMAI TLP, estamos tratando de cuidarla más que nunca, continuando con toda nuestra actividad terapéutica aunque sea desde la distancia y de manera telemática. Queremos seguir siendo un lugar seguro y de encuentro para nuestros pacientes. Para afrontar estos momentos tan complicados para todos creo que es imprescindible seguir contando con aquello que nos daba un cierto sostén y soporte ya en condiciones normales, de ahí a la importancia de la terapia.
Entiendo que tener una sesión semanal ayuda a estructurar de alguna manera la temporalidad, a tener un principio de realidad que nos haga revisar todo aquello que nos puede estar dificultando aun más poder sobrellevar esta situación. Además si antes existían diferentes espacios grupales es muy positivo que sigan estando, para afrontar los sentimientos de soledad y de vacío, poder gestionar la sensación de estar perdidos y sin rumbo y seguir estando en contacto con otras personas aunque sea una hora.
Esto significa seguir recibiendo feedbacks de compañeros, diferentes perspectivas para un mismo problema, que sin duda resulta ser absolutamente enriquecedor y esclarecedor. Sentir la cohesión grupal y el acompañamiento, a la vez que reforzamos un sentimiento de pertenencia, un formar parte de algo resultan enormemente terapéuticos. Es un buen momento para aprender a observar, profundizar en el proceso de autoconocimiento y aumentar la capacidad de introspección, diferenciar entre las cosas que nos ayudan y ponerlas en práctica y las que no. Es tiempo para observar también a otros, para salir de nosotros mismos y poder mirar todo lo que nos rodea.
Poner en valor todo aquello con lo que contábamos hasta ahora sin ser demasiado conscientes y darle su lugar. Para ello es necesario evolucionar desde la zona de miedo, pasando por la zona de aprendizaje hasta la de crecimiento y para poder lograrlo es importante hacerlo acompañado, recibiendo orientación y pautas por parte del profesional. Identificaremos que estamos en la zona de miedo cuando pensar en esta situación se convierta en obsesivo, atendamos a cualquier canal de información con tal de tener un mayor conocimiento, sentirnos más irritables y contagiarnos fácilmente de las emociones de otros.
Los pensamientos son de base catastrofistas o sólo conectan con la queja y no con la búsqueda de soluciones. Aquí lo más probable es que nos sintamos en extremos sintomáticos, o absolutamente paralizados, perdiendo rutinas y aislándonos de lo que nos rodea o desorganizados con más probabilidad de experimentar explosiones de rabia o auto o heteroagresividad. Esta zona se caracteriza fundamentalmente por la falta de conciencia de uno mismo y de lo que le rodea.
Para cambiar de zona es imprescindible conectar de nuevo con una estructura, establecer límites con la realidad y con los demás. Para ello es importante marcarse una rutina de sueño y alimentación fundamentalmente, mantener la higiene y el cuidado personal incluyendo alguna rutina de deporte y autocuidado y ser selectivos en cuanto a la información que recibimos, aprender a contrastar la información y evitar la sobreexposición, eligiendo un momento del día y un canal fiable para hacerlo.
Además, necesitamos poner el foco en lo que nos rodea, en las dinámicas que estamos manteniendo con los demás, nuestra manera de dirigirnos a ellos, probablemente desde el pasivo agresivo. Cuando estamos en esta posición lo más común es que la queja sea una constante, por ello las expectativas y exigencias con respecto al otro serán desmedidas y casi siempre habrá espacio para la frustración. El otro se convertirá de manera inconsciente en un punching-ball de nuestra identificación proyectiva “ en mi rebota y en mi explota”. De ahí, la necesidad de reforzar todas las herramientas comunicacionales y relacionales aprendidas hasta ahora, como lo sanador de poder expresar nuestras necesidades y emociones de manera asertiva, teniendo en cuenta al otro en toda su esencia pero sin perdernos de vista.
Lo más común es que esto se produzca después de largos periodos de aislamiento o de represión, de no decir aquello que pensamos por miedo a lo que pueda generar y esto termina explotando de una manera o de otra. Con estas y otras herramientas podríamos entrar en la zona de aprendizaje, empezando a tener conciencia de la situación de una manera más objetiva, seleccionando la información desde el autocuidado y siendo consciente de aquello que me ayuda y ponerlo en práctica.
Es la zona de la experimentación, probar que puede ayudarme a sentirme mejor, a distraerme, cambio la hora de hacer deporte y averiguo cuando me ayuda más a dormir, vuelvo a pintar, experimento nuevos platos de cocina y trato de hacer algún reto de los que aparecen en redes. Aplico el ensayo error hasta poder encontrar algo que me haga conectar y sentirme mejor. Y así habré llegado, tomando conciencia, a la zona de crecimiento, en la que la mirada será mucho más amplia, no miraremos exclusivamente nuestro malestar, nuestra zona de confort, si no que tendremos una mirada más holística.
Podremos empezar a vivir el presente, buscando la manera de adaptarme a las circunstancias, practicando la calma y la paciencia, ayudándome de herramientas como el mindfulness, la meditación o estrategias de respiración o de relajación. Practicar las relaciones, pensando en los demás, mentalizando y entendiendo y preguntando cómo puedo ayudar. Practicar también la creatividad y poner mis talentos al servicio de otros.
O siendo empático conmigo y con los demás, agradeciendo y valorando aquello que me aporta. En conclusión, es momento para potenciar la salud, para reforzar todo lo aprendido hasta ahora o para reaprender cosas que todavía nos cuestan, para ser conscientes del aquí y del ahora y todo lo que esto implica. Desde AMAI TLP, queremos estar ahí, al lado, para escucharte en acompañarte durante todo el proceso.
Ana Cabadas
Psicóloga AMAI TLP