En el año 2013, nuestra paciente escribía este relato sobre su situación, sus sentimientos y sensaciones en esa etapa:
LA TEMPESTAD
El caos, el vacío, la soledad, la nada y el todo.
Eso es la calma que viene después de la Tempestad.
La Tempestad surge un día, de buenas a primeras, sin que nadie la llame, sin que te la esperes.
Y lo arrasa todo.
A veces es una tempestad pequeña, casi sutil, que la propia experiencia vital hace que puedas capearla con tino, con habilidad de maestro en la materia.
Otras veces no, otras veces la tempestad es ciclón y huracán, junta los mares con la tierra, se eleva hasta las cumbres de las montañas, toca el cielo con sus infinitos dedos para regresar veloz hasta los infiernos más ocultos. No arrasa: invade, coloniza los rincones más recónditos de tu ser hasta que tú mismo eres ya pura tempestad.
Pero incluso la Tempestad más destructiva y profunda toca a su fin.
Y entonces llega la calma, el vacío, la soledad. Estás tan aturdido por la Tempestad que no puedes evitar sentir un leve Síndrome de Estocolmo.
Porque la Tempestad te arrasa, pero lo hace todo ella, ni siquiera tienes tiempo de reaccionar o de pensar en nada.
Pero el vacío de la calma lo tienes que llenar tú solo. Reconstruir las ruinas, coger los pedazos de tu ser y volver a darles vida, ese es trabajo tuyo.
Es el duro trabajo de seguir adelante, de curar a los enfermos, de coser las heridas del alma, de reconstruir los cimientos de la vida misma.
Esa es la calma que sustituye a la Tempestad, no te engañes.
Pero también ese vacío pasa, el alma una vez más se recompone, las heridas se vuelven cicatrices y las marcas del tormento terminan casi por desaparecer.
Se equivocan los que anhelan la calma, la he visitado tantas veces que a mí no me engaña, es hermana gemela del tormento.
La Tempestad es dolor, pero es sentimiento en estado puro, la calma es ausencia, vacío, soledad y desgana.
Lo que yo anhelo de verdad es la Paz, el equilibrio justo entre sentimiento y ausencia. La Paz, el relajo, la sonrisa, el calor, el amor, la risa, la ilusión, la alegría, la esperanza. Con todo ello relleno los rincones vacíos arrasados por la Tempestad, con todo ello, una vez más curo las heridas y me reconstruyo de nuevo.
-K.B.R
8 años después de este relato, numerosas sesiones de terapia y mucho trabajo detrás, ella escribía este otro relato sobre sus sensaciones y sobre cómo se encuentra en este momento:
SOY
Soy la calma en mi tormenta, soy la paz en mi agonía. Soy una flor, pequeñita, esa que a veces crees que se ha quedado sin vida, marchita y oscura. Y con dos gotas de cariño, vuelve a florecer, preciosa, inmensa, para entregarte sus mejores colores, su fragancia dulce y suave que te hace sentir como si el mundo por un momento fuera perfecto, como si todo fuera posible.
Soy la esencia, soy la vida.
Dentro de mi mente hierven un millón de pensamientos repletos de emociones que no puedo asimilar. Son demasiadas. Cada día, cada hora, cada segundo.
Pero esa no soy yo. Ese tifón entra y sale, me alimenta y me atormenta, pero siempre cambia. Y se va. Y yo continúo. Porque eso no soy yo.
Yo soy la calma que se mantiene con gesto amable, flexible, fuerte, mientras pasa el aluvión. A veces no se me ve hasta que todo pasa, pero persisto.
Soy la pequeña y fuerte flor que renace una y otra vez, la bondad que me permite ser tifón, y me abraza después. Y me deja llorar para sonreír de nuevo.
Soy lo inmutable, mi sol y mi luna, mi luz y mi oscuridad.
Soy lo que soy, emoción pura, llanto infinito, alegría sin límites.
Todo pasa ante mí como un espectáculo de emociones eternas, de intensidad inabarcable.
Pero eso no soy yo. Porque todo eso acaba.
Y yo permanezco.
-K.B.R