1- El primer mito, que creo que afortunadamente va desapareciendo, pero hay que mencionar, es que el que va a terapia es porque está loco. Por ahí circula un “meme” que dice que el que va a terapia no es un loco sino un valiente. Y algo de eso hay. El que va a terapia es porque algo de sí mismo le molesta, no lo entiende, le hace sufrir y lo quiere cambiar. Eso sí, tiene que sentir la necesidad de trabajarlo, lo que llamamos demanda. Lo que no sirve es que la demanda sea de otro, de un familiar o de la pareja. Uno debe estar dispuesto a poner “toda la carne en el asador”.
2-“En cuanto empiece, me voy a sentir mejor”. Por desgracia, no. El proceso terapéutico es largo y en ocasiones doloroso. De hecho, al principio es bastante frecuente salir de las sesiones con mala sensación, revuelto, angustiado… porque se están poniendo en juego emociones profundas y no puede ser de manera “aséptica”. También es importante saber que a lo largo de la terapia habrá momentos en que se tendrá la sensación de que no se avanza, pueden surgir enfados con el terapeuta, o incluso empeorar. Esto es debido a la resistencia que tenemos tanto de avanzar como de enfrentar determinadas cosas.
3- “El psicólogo sabe lo que tengo que hacer”. No, el psicólogo te va a acompañar en tu búsqueda de tu mejoría, él sabrá lo que tiene que hacer él, pero no debe decidir por ti. Es más, debes saber que quien más trabaja en terapia es el paciente. Si no se esfuerza, si no colabora, no habrá nada que el terapeuta pueda hacer.
4- “Me tengo que llevar algo de la terapia”. Te vas a llevar algo, pero no todos los días, y no cosas tangibles. Los psicólogos, también en AMAI, trabajamos desde distintas corrientes, algunos son más directivos y trabajan con pautas, técnicas de modificación de conducta, otros trabajan más el discurso, el aspecto introspectivo y reflexivo. Puede que tengas la sensación de que no descubres nada, pero un día, de pronto, algo hará click en tu cabeza, en referencia a algo que trataste semanas atrás en tu sesión.
5- “Para esto, hablo con una amiga”. Eso siempre es recomendable, pero no sustituye la terapia. Es alguien que te escucha desde un punto de vista distinto y que tiene unas herramientas y un conocimiento teórico sobre lo que te pasa. Aún así, siempre será tu historia, tu subjetividad y tus vivencias las que se ponen en juego, por lo que cada proceso terapéutico es único. Eso nos lleva al siguiente paso:
6- “Ya te lo he contado todo, ahora dime tú”. No se puede contar todo lo que uno siente, lo que a uno le pasa, lo que preocupa en unas pocas sesiones. A veces tenemos más ganas de hablar, otras menos, es normal, eso es parte de la resistencia, no siempre tenemos fuerzas para enfrentarnos a nuestros demonios. Pero el discurso que cuenta nuestro ser, no se acaba nunca, es el material que tenemos para trabajar. A medida que hablas de tus certezas, de tu dolor, el psicólogo puede ayudarte a ver dónde das por hechas cosas que te duelen, y que no son ciertas.
Finalmente, podemos resumir el efecto de la terapia en “deshacer nudos”, que normalmente, ni sabemos que están atados.