El TLP y Género

17 Sep, 2020
  • 1. Características de la sociedad posmoderna:

Las sociedad y los individuos crecen y se redefinen a través de cambios estructurales profundos, a modo de producción incesante (Vásquez Rocca, 2011), que se van produciendo simultáneamente en sociedades e individuos colateralmente. Así se paso de la modernidad a la posmodernidad y no pocos autores ya describen un nuevo momento cultural denominado neomodernidad, en formación en estos momentos actuales de incertidumbre.

 

En contraposición con la Modernidad, la Postmodernidad –según aseguran varios autores- es la época del desencanto, en la que la sociedad renuncia a la idea de progreso, se destruyen los íconos o líderes y surgen infinidad de pequeños ídolos creados a partir de la novedad y/o atracción. Se pasa de una economía de producción hacia una economía del consumo, alterando el orden económico capitalista y dejando a un lado la defensa del medio ambiente. Los medios de comunicación se vuelven un elemento fundamental para lo que se concibe como la verdad, importando la forma en que es transmitido el mensaje y el grado de convicción que produce sobre el contenido. Además, la política se vuelve un espacio más accesible. El posmoderno interpreta todos los perjuicios, defectos y abusos del mundo y de la época modernos –colonización, contaminación y destrucción ambiental y cultural, guerras mundiales, etc. – como pruebas del extravío y del fracaso de la modernidad occidental. (Hottois, 2007: 59)

La postmodernidad tiene unas características específicas: complejidad, nuevas tecnologías, extensión de lo medio, homogenización del pensamiento, unificación de las opciones políticas, globalización del capital, etc. Estas circunstancias que nos rodean, inciden directamente en la salud física y psicológica del individuo, dando lugar a nuevas formas de expresión del sufrimiento humano, que tiene lugar en esta nueva formulación cultural.

La ruptura con los valores e instituciones tradicionales; espacialmente estado, Iglesia y familia, han reconvertido todo el imaginario colectivo, desde donde los individuos se proyectan como proyecto de desarrollo personal y colectivo, modificando radicalmente los ideales sociales, los modelos de crianza, las formas de crear relaciones y convivencia y la productividad ligado al desarrollo tecnológico.

Los sociólogos Peter Berger y Thomas Luckmann, han señalado que el pluralismo resultante de los procesos de modernización, desacralización y secularización de las sociedades occidentales ha  provocado que “los sistemas de valores y reservas de sentido han dejado de ser patrimonio común de todos los miembros de la sociedad, de manera que “el individuo crece en un mundo en el que no existen valores comunes que determinen la acción en las distintas esferas de la vida, y en el que tampoco existe una realidad única idéntica para todos” (Berger & Luckmann, 1997, p. 61). 

La diversidad y pluralidad pos y neomoderna, han traído grandes aperturas y posibilidades de vida, sin ningún tipo de duda, pero igualmente ha sedimentado las condiciones para la aparición de profundas crisis de sentido subjetivas e intersubjetivas. Lo que se conoce como “neurosis del noos”, que describió acertadamente Victor E. Frankl, pues “la mayoría de la gente se siente insegura y perdida en un mundo confuso, lleno de posibilidades de interpretación, algunas de las cuales están vinculadas con modos de vida alternativos” (Berger & Luckmann, 1997, p, p. 80)

La posmodernidad, ha instaurado en las sociedades una vida light, liquida (referenciando a Bauman), en la que todo, debe llevarse suave, sin dolor, sin drama, sobrevolando la realidad, lo que puede ocasionar una inconsistencia psicosocial, para la construcción de valores y roles claros entre adolescentes y adultos. 

La psiquiatría y especialmente la personología, ya describe los trastornos identitarios o la proliferación de los trastornos graves de personalidad, como una de las formas prototípicas de la expresión posmoderna del sufrimiento psíquico de este individuo inmaduro, sin referencias y vaciado.

El desarrollo de la personalidad sana, implica una buena base estructural, en el cual los cuidadores cubran las necesidades emocionales y el tiempo requerido de la exigencia vincular en la primera infancia y sucesivas etapas. Lo que es una circunstancia anómala a los largos turnos de productividad del mercado laboral, la construcción del sentido de sí mismo a partir del juego dialectico con las referencias especulares, la internalización de las normas, los límites y la realidad. Todo ello para crear un sentido del yo y el tu, lo normativo y el principio de realidad, así como la correcta socialización basada en una buena interpretación y sintonía emocional, que permita al individuo llegar sano a la adolescencia, y a partir de ahí proliferar en las distintas etapas evolutivas subsiguientes. 

La realidad hoy, es que ejercer la adultez y un sentido adulto, comprometido y responsable, basado y consecuencia del reconocimiento de la genuidad individual,  es un valor raro y exclusivista. Ya que existen muchos condicionantes que lo hacen plenamente difícil, como es la crisis de la institución de la familia, donde arraigan los vínculos intrafamiliares. Y que es una institución proveedora de afecto, identidad y seguridad de pertenencia, que está gran dañada en la sociedad actual. Además de un ideal del individualismo, que deforma la generosidad del encuentro emocional, sexual y laboral con otro distinto, así como la adquisición de un trabajo que facilite la autonomía economía y el desarrollo de roles extrovertidos en el mundo, que permitan transformar la personalidad y con ello los entornos sociales en los que participa.

Esta ética de la independencia, ha cristalizado firmemente en los movimientos de genero y en el feminismo. Después del fracaso de las “revoluciones masculinas” que nos llevaron a dos guerras mundiales, ante el colonialismo, la ideologización y la revolución industrial; con su legado capitalista. Estas ideologías y la sociedad capitalista han demostrado históricamente su fracaso, devolviendo al hombre a este lugar vacuo en el que nos encontramos.

Si la Modernidad aspiraba a escudriñar y ensalzar lo humano, la Posmodernidad puede estar describiendo la visión de lo poshumano, donde se describe a un ser humano cuya identidad no está condicionada por rígidos límites conceptuales, sino que se muestra múltiple, fluida, cambiante y contingente. Y sobre todo, posmoderna; entendida, como le ocurre al propio término, no tiene un significado claro y definitivo más allá de una percepción de lo muy actual y una sensación de extrañeza irresoluble.

 

  • 2. Género y Difusión de la Identidad:

Así, el feminismo y las culturas de genero, toman el testigo contracultural de posturas pasadas, al combatir el sometimiento de las mujeres, superar su situación impuesta de desigualdad y opresión para que puedan ser personas libres. La situación y la identidad de género mujer, conlleva una posición de subordinación derivada de la desigualdad, y una división sexual del trabajo productivo y reproductivo, público y privado, que el feminismo pretende superar mediante un proceso igualitario-emancipatorio que configura la identidad feminista de las mujeres. 

Ello implica necesariamente, replantear los roles y modelos tanto masculino como femenino, proyectando el objetivo de la diferenciación de géneros y su construcción sociohistórica, para que no supongan desigualdad real y de derechos. Y por tanto, no tengan un peso sustantivo en la distribución y el reconocimiento de estatus y poder. En ese sentido, se rompen los géneros como funciones, sociales y desiguales impuestos por el orden establecido, patriarcal-capitalista, que se ve favorecido por esa segregación por sexo. 

Por lo tanto, la teoría del género se considera una teoría posmoderna. El concepto de género es el resultado de un proceso de construcción social mediante el cual se adjudican simbólicamente expectativas y valores que cada cultura atribuye a hombres y mujeres (Bergalli y Bodelón, 1992: 53). El género es definido como el rol que una persona asume en sus interacciones sociales (como masculino o femenino) y no es sinónimo de sexo masculino o femenino. 

El concepto de género ha suscitado un gran número de investigaciones, modelos y teorías que se originan en las diferentes concepciones del conocimiento. Desde el enfoque psicosocial, se han desarrollado la teoría del desarrollo de roles de género, la teoría del rol social, la teoría sociocognoscitiva y el modelo sociocultural con tendencia sociológica, entre otros. El psicoanálisis por su parte resalta la importancia de la identificación con el padre (o madre) del mismo sexo del niño o niña.

Desde el punto de vista biológico se han planteado tres acercamientos a la identidad de género: el genético, el hormonal y el estructural­-anatómico. Las teorías genética y  hormonal parten de la premisa de que el género de un individuo se determina previamente a su nacimiento. La teoría hormonal propone que la acción de las hormonas resulta decisiva en las identidades en general, y de las identidades sexuales en particular. Los cambios hormonales durante el período de gestación de una criatura, influyen sobre los mecanismos asociados con la producción de hormonas sexuales como son los estrógenos, la  progesterona y la testosterona y se considera al hipotálamo como la estructura reguladora del proceso de formación de identidad de género por ser el centro de control  del sistema endocrino.

Por otro lado, la teoría estructural­ anatómica se basa en la evaluación y comparación de la estructura del tercer núcleo intersticial del hipotálamo anterior, y un grupo de células (núcleo) hipotalámicas que se consideran importantes en la manifestación de la conducta sexual típica masculina y femenina. Se realizó un estudio en autopsias de 16 cerebros de hombres heterosexuales, 6 mujeres heterosexuales y 19 homosexuales/transgéneros, que sugiere que las diferencias en el tamaño del núcleo del hipotálamo anterior y las células núcleo, podrían explicar las diferencias en la identidad sexual.

Según la postura biológica, existen hechos objetivos e intrínsecos a la naturaleza del individuo que son independientes de la cultura y que influyen decididamente en el género. Si bien, dichos modelos biológicos son fundamentales para la comprensión de la especie. Estos requieren que sean complementados con el abordaje de los procesos de aprendizaje social y los aportes de la teoría cognoscitiva del desarrollo, que hace énfasis en la forma como los niños y las niñas se socializan, por sí mismos, una vez se han categorizado como seres masculinos o femeninos.

Hoy se denomina género al conjunto de ideas, representaciones, prácticas y prescripciones sociales que se elaboran a partir de la diferencia anatómica entre los sexos. O sea, el género es lo que la sociedad considera lo “propio” de los hombres y lo “propio” de las mujeres. Al igual que la identidad, los roles, se configura o construye a través de un proceso formativo y dialéctico que implican la internalización desde el nacimiento de los modelos de crianza, las variables emocionales, el lenguaje y la cultura.

La problemática identitaria en la sociedad posmoderna, en un fenómeno muy tratado por distintos autores, desde distintas disciplinas medicas y sociológicas. Pero la proliferación en el marco de la psiquiatría de los trastornos graves de personalidad, pueden estar mostrando una nueva forma de enfermar psicopatológicamente, que expresa simbólica y sintomatológicamente, el sufrimiento de la persona y el ser humano en este contexto pos y neomoderno actual.

La inestabilidad de las relaciones interpersonales en el mundo post-tradicional y la fugacidad de los objetos en la sociedad de consumo han conferido a las personas y a las cosas una obsolescencia inmediata, de manera que — en palabras de Bauman, el gran teórico de la ‘modernidad líquida’ — “cualquier trabajo diligente de construcción [de la identidad] puede resultar vano” (Bauman, 1996, p. 24). 

Aunque la edificación de la identidad personal se realiza a lo largo de toda la vida, es en la adolescencia donde adquiere un cariz más acentuado, ya que es la labor primordial que deben solventar los adolescentes (Erickson, 1980). La identidad personal no se conforma “de golpe”, sino que está formada por unos niveles o estatus de identidad, a saber (Marcía, 1966): 

  • a) Identidad difusa: los sujetos no adquieren un compromiso fuerte en lo vocacional o ideológico y no exploran diferentes alternativas para construir su futuro. 
  • b) Identidad hipotecada: son sujetos que han adquirido un compromiso personal, pero sin pasar por un proceso de búsqueda. Hacen suyos los valores de otras personas.
  • c) Identidad moratoria: son sujetos que se encuentran en la búsqueda de las posibles alternativas, pero no toman decisiones al respecto.
  • d) Identidad lograda: los sujetos adquieren compromisos duraderos, después de haber pasado una crisis.

A esta secuencia se le llama modelo progresivo, pero no debemos considerar estos estatus de identidad como fases evolutivas que trascurren en un orden fijo. Aunque lo más adecuado es pasar de un estatus a otro, ya que encontraremos otros modelos desde los que edificar la identidad personal como son: por un lado, el modelo regresivo en el que se renuncia a los estados de identidad conseguidos y se entra en una situación de difusión de la identidad. Por otro lado, el modelo de estancamiento que hace referencia a los sujetos que se encuentran de manera indefinida en el estado de difusión (Oliva, 2000 ; Waterman, 1982), como ocurre por ejemplo en el trastorno límite de la personalidad.

La identidad representa el proceso de conocerse a sí mismo, de re-conocer lo verdaderamente genuino que reside en uno mismo sobre el cual enraizar las decisiones y el proyecto personal, el ser en el mundo.

Como afirman los sociólogos Peter Berger y Thomas Luckmann, “la identidad es un fenómeno que surge de la dialéctica entre el individuo y la sociedad” (Berger & Luckmann, 1968). Así, por un lado, y en tanto que resulta de los distintos procesos de socialización (primaria y secundaria); la identidad apunta a la sociedad en la que se ha configurado y constituye una parte fundamental de ésta como realidad subjetiva. Pero, por el otro, tenemos que tener en cuenta el patrimonio personal de los individuos y fruto de complejos procesos de internalización y la identidad que implica su experiencia interna y su ubicación en la organización psicológica del sujeto.

Por su parte Lora (2014) manifiesta que los procesos que permiten la construcción de una identidad se encuentran en crisis, esto obstaculiza el desarrollo de re-significar sus duelos; en este sentido lo social, no le aporta una forma delimitada de roles. Así en este marco posmoderno, hay una forma inconsistente y caótica de referencias identitarias que puedan integrar los distintos interrogantes hormonales, corporales, emocionales, yoicos y existenciales de cada una de las etapas vitales, de ahí la tendencia de la sociedad medicalizada actual de encontrar pacientes aquejados de soledad, incomprensión, angustia, depresión, vacío o conductas autolesivas.

Hoy por hoy la no-identidad es vista como una anomalía psicológica o social. La persona sin identidad personal o sin referente grupal de pertenencia es situado en la marginalidad. Erik Erikson, definió el término  “crisis de identidad” propias de la adolescencia e insertó sus puntos de vista en el marco de un desarrollado esquema del ciclo vital. Para Erikson, la identidad representa el fruto de una serie de “síntesis yoicas” sucesivas en el sentido de “una configuración que integra gradualmente cualidades constitucionales, necesidades libidinales idiosincrásicas, capacidades favorecidas, identificaciones significativas, defensas eficaces, sublimaciones exitosas y roles consistentes” (Erikson, 1959/1980, p. 125). Así, su adquisición incluye el compromiso con ciertos roles, un sentido de continuidad y coherencia personal a lo largo del tiempo y de distintas situaciones, un sentido de agencia interna y cierto reconocimiento de los roles asumidos y de la visión de uno mismo por parte de la comunidad o los otros.

Aunque es importante resolver de manera adecuada los conflictos que se suscitan en todas y cada una de esas etapas o crisis vitales que atravesamos en nuestra existencia, hay dos de ellas que resultan especialmente significativas en lo que atañe a la formación del sentimiento de identidad: los primeros años de la vida y la etapa de la pubertad- adolescencia, pasada la cual se consolidaría la identidad.

 

  • 3. Difusión de la identidad:

En este marco contextual y cultural, la psiquiatría añade un apéndice, como receptor y reflejo del malestar y sufrimiento del individuo en el contexto cultural, social y geopolítico actual, al ver proliferar una forma distinta de enfermar, a los cuadros clásicos de psicopatología, en forma de trastornos de personalidad graves, en los que en muchas ocasiones subyace un trastorno identitario.

Erickson, define el constructo “difusión de la identidad”, que se manifiesta en un sentimiento subjetivo de incoherencia, en una dificultad para asumir roles y elecciones laborales u ocupacionales y sobre todo en una tendencia a confundir en las relaciones íntimas los atributos, emociones y deseos propios con los de otra persona y temer por tanto la pérdida de la identidad cuando la relación termina.  

Las escuelas de tercera generación describen los síntomas del trastorno límite de personalidad, como una “huida experiencial” del malestar, entendida como todos los síntomas patognomónicos del trastorno, podría entenderse como mecanismos psíquicos que configuran estructuras de personalidad, cuya función homeostática sería la desconexión de estados primarios de sufrimiento o angustia no elaborada. Así, Erickson describe este fenómeno, al afirmar que algunos individuos tratan de escapar de este estado de confusión de la identidad. A merced de la asunción de una identidad negativa, esto es, con roles que resultan antivalores, inapropiados o inusuales dadas las características socioeconómicas o de formación cultural de un determinado individuo. 

Así, muchas actitudes consideradas como propias de adolescentes, de desregulación del mundo instintivo (comer, beber, sexualidad y agresividad) propias de los trastornos de personalidad graves, muchas veces repudiadas y criticadas (como el que se opongan al mundo adulto o que tomen como identidad propia lo que hace el grupo de iguales) son, en realidad, estrategias iniciales para encontrar su identidad y definirse y reafirmarse como adultos , es decir, deben entenderse como estrategias primarias, rudimentarias y funcionalmente poco útiles pero psicológica y emocionalmente necesarias, para reencontrar ese espacio identitario de autoreferencia donde la persona se siente valida y se reencuentra consigo.  En un futuro, estas estrategias se volverán más complejas, y encontraran formas mas sanas y directas de profundizar la relación consigo mismos.

Crisis de identidad y difusión de identidad no son el mismo concepto. Mientras que la crisis de identidad sería algo temporal y por la que pasarían las personas como parte de su crecimiento, la difusión de identidad ocurre cuando la persona no logra formar un concepto realista de sí misma, atendiendo a sus características personales.

En la difusión de la identidad, se da el sentimiento de aislamiento: ven las relaciones personales peligrosas para su identidad y, como defensa, se alejan de éstas. No logran, por ende, establecer relaciones de cierto grado de intimidad ya que huyen constantemente de ellas. Otra característica de la difusión de la perspectiva temporal: pierden el sentido del tiempo, no planifican el futuro por el miedo al cambio (al cual temen, aunque, contradictoriamente a esto, piensan que no es posible que se produzca). Estas personas pueden optar por los pasos al acto, acciones sin ningún tipo de premeditación, inmediatas. También los hay que quedan en un estado de parálisis absoluta, al no poder comprometerse y tomar una decisión.

Las personas con difusión de la identidad son personas con gran incapacidad para el aprendizaje, debido a dificultades de concentración en el estudio o en el trabajo. Puede suceder lo contrario, que se centren mucho en una determinada actividad, descuidando el resto. Puede suceder que la persona con difusión de identidad adopte una que contradiga la de sus padres o su entorno social. Esto se relaciona con la rebeldía, las drogas, delincuencia, etc., y Erikson lo llama “identidad negativa”, al negar el joven todos los valores que hasta ese momento le han intentado transmitir sus padres u otros adultos de referencia.

El concepto de difusión de identidad ha sido también tratado por James Marcia, cuando habla de estadios o niveles de identidad. Según él, existirían cuatro estatus de identidad: difusión de identidad, identidad hipotecada, moratoria y logro de identidad. El de difusión de identidad sería el estadio inicial, no se habrían experimentado crisis de identidad ni establecido compromisos con ninguna creencia en particular.

Una vez que empiecen a comprometerse con metas o creencias, pasarían al nivel de identidad hipotecada, en el cual, la influencia social es muy notoria a la hora de adoptar determinada creencia o actitud. En estado de crisis de identidad entrarían en el nivel de moratoria, y una vez definida la identidad, se llegaría al logro de la identidad. Estos niveles que suponía Marcia no irían necesariamente seguidos, porque una persona podría sufrir retrocesos en este proceso. Incluso, habiendo logrado su propia identidad, no podríamos hablar de equilibrio estable.

El psicólogo social norteamericano Kenneth Gergen ha desarrollado la tesis de que corresponde fundamentalmente al cambio tecnológico y a la aparición de lo que él llama “tecnologías de saturación social” la responsabilidad en las profundas mutaciones habidas en la conciencia postmoderna (Gergen, 1992). Al abrir al yo múltiples posibilidades de relación, estas tecnologías — que incluyen los aviones, el teléfono, la televisión, el correo electrónico y un largo etcétera —. producen su progresiva colonización, pues “a medida que avanza la saturación social, (…) el yo de cada cual se embebe cada vez más del carácter de todos los otros, se coloniza” (Gergen, 1992, p. 103). Ello desemboca en un estado para el que Gergen inventa el neologismo de “multifrenia” y que define como “la escisión del individuo en una multiplicidad de investiduras de su yo” (Gergen, 1992, p. 106).

La principal consecuencia de todo el proceso anterior es la anulación drástica de la categoría tradicional del yo y la identidad personal, y su sustitución por la “conciencia de la construcción”, esto es, la conciencia de que lo que somos es el resultado de cómo somos construidos socialmente. En la visión de Gergen, pues, la ‘vieja’ institución del yo ha dado paso en nuestros días a la realidad de la relación, y el yo individual al yo relacional.

  • 4. TLP y Difusión de la Identidad.

Podemos entender la identidad como una entidad subyacente, autoreferencial, e inmutable de nosotros mismos, frente a la contingencia de los cambios y tránsitos vitales, que incluye valores, creencias y un sentido de pertenencia a algo supraindividual. Que está cimentada y construida estructuralmente en base a la memoria personal, lo inconsciente, la autoimagen y la reflexión consciente, la vivencia del tiempo y los valores personales, familiares y colectivos asumidos, en esa difícil dialéctica entre apego y diferenciación, autonomía y relación, se entiende que justamente donde las referencias son difusas, lábiles y variables-líquidas (Bauman). Como es el contexto actual, su incidencia sobre la construcción primaria del yo y la identidad es potencialmente patógena.

Kernberg, describe en el paciente límite un rasgo definitivo de esta cualidad, en su dificultad de integrar los aspectos positivos y negativos de si mismo de una forma sintética y adaptada, lo que hace es mantenerlos separados y consiguientemente también separa los aspectos que recibe de los demás, siendo frecuente que rechace a las figuras protectoras y que prefiera a los objetos perturbadores. No se trata de una preferencia por aquello que pueda resultar nefasto o letal, sino que tiene una incapacidad para discriminar lo bueno de lo malo en función de una incapacidad dialéctica, así un paciente límite o bien se culpará de todos los males o bien culpará a otros de sus desgracias, sin que resulte capaz de instalarse en ese término medio al que nos lleva la capacidad de síntesis, desde una tesis (deseo) y una antítesis (realidad). 

Fonagy, describe en estos pacientes las dificultades en la mentalización, es decir en la representación, sobre todo de los aspectos benéficos de las figuras protectoras, por lo que no llegan a establecer una confianza básica suficiente.

De acuerdo al más reciente manual diagnóstico DSM-V -Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders en su quinta edición, que fue publicada en mayo de 2013 por la Asociación Americana de psiquiatría- el tercer criterio para el diagnóstico de trastorno límite de personalidad. Esta corresponde entonces a la denominada alteración de la identidad, descrita como “una inestabilidad intensa y persistente de la autoimagen y del sentido del yo (APA, p.663)”. Este tipo de alteración de la identidad se presenta como cambios repentinos y dramáticos de la autoimagen que se evidencian por metas, valores y aspiraciones profesionales cambiantes, modificaciones repentinas de opiniones o proyectos, de la identidad sexual, los valores y los tipos de amigos.

De esta manera, explica el manual, la persona oscila por ejemplo entre víctima y victimario y aunque es frecuente una autoimagen mala o dañina, se puede llegar incluso a la sensación de no existir en absoluto. Asimismo, estrechamente relacionado con las alteraciones de la identidad se encuentran el criterio 7 definido como la presencia de sentimientos crónicos de vacío un tipo sentimientos generalmente asociados a sensaciones de aburrimiento, falsedad, soledad o indefinición (American Psychiatric Association, 2013).

La situación concreta que articula esta dificultad identitaria en el trastorno límite coincide con la dificultad de mantener una representación “suficientemente buena” y principalmente constante (constancia objetal) desde donde articular una relación consistente consigo mismo y desde ahí enraizarse para construir un proyecto de vida, basado en el reconocimiento de la singularidad genuina que encuentra en este encuentro aprehendido.

No se da una construcción representacional, a modo de internalización de las imagos parentales, desde donde se crean las identificaciones, que configuran el sentido primario del yo,  la primera identidad por decirlo de alguna manera, es una estructura desde donde la persona empieza a salir al mundo, la base y pilar de la personalidad, esta fallida y por ende no podrá ir sosteniendo los edificios y etapas posteriores de desarrollo. De ahí surge el vacío sin otro disponible que le devuelva una imagen constante de sí, la tendencia a la fusión relacional y el miedo por ello, que provoca asilamiento y difusión en los limites entre el yo y el tu, la tendencia a reconocerse en el dolor somático, a  veces autoinfligido como mecanismo de centralizar un sentido narcisista de si mismo.

Kernberg, lo describe como una incapacidad para integrar representaciones positivas y negativas del self, de igual manera que el paciente tiene dificultades para integrar representaciones positivas y negativas de los otros. El resultado es una visión cambiante de uno mismo con acusadas discontinuidades, cambios súbitos de rol (de víctima a verdugo, de dominante a sumiso, etc.). Y un fuerte sentimiento de vacío interior.

Esto provoca, en términos de Gibbon y Spitzer, que el paciente con trastorno límite suele manifestarse en forma de cambios abruptos de ocupación laboral u objetivos profesionales, orientación sexual preferida, valores personales, amigos o la concepción fundamental de la propia personalidad (p.ej., buena o mala) (M. First, Gibbon, Spitzer, Williams, & Benjamín, 1999, p.27).

Tal como se señala en un trabajo reciente que ofrece una valiosa visión de conjunto y una revisión sistemática de los componentes principales de la alteración de la identidad en el trastorno límite de personalidad (Wilkinson-Ryan & Westen, 2000). Dicha alteración tiende a sustanciarse en aspectos tales como:

  • La ausencia de metas, valores, ideales y relaciones consistentes.
  • La tendencia a realizar hiperidentificaciones temporales con roles, sistemas de valores, visiones del mundo y relaciones que finalmente se desvanecen y conducen a sentimientos de vacío y falta de sentido.
  • Una gran inconsistencia en el comportamiento a lo largo del tiempo y en situaciones    diferentes que conduce a la acertada percepción de que el yo adolece de incoherencia.
  • Una dificultad constante para integrar representaciones múltiples del self.
  • La falta de una narrativa vital coherente o de un sentido de continuidad en el tiempo.
  • Una falta de continuidad en las relaciones, de manera que partes significativas del pasado del individuo quedan ‘depositadas’ en personas que ya no forman parte de su vida actual, con lo que se produce una importante pérdida de la memoria compartida que ayuda a definir al self a lo largo del tiempo.

Así, la difusión de la identidad, característica de las expresiones generales de los ciudadanos, especialmente de los más jóvenes, intensificada en la expresión psicopatológica de los trastornos graves de personalidad, entre los que se encuentra el trastorno límite, entendida como una “inestabilidad intensa y persistente de la autoimagen y del sentido del yo”, parece mostrar algo mucho mas sistémico que un mero cuadro de enfermedad mental, si bien, parece llevarnos al corazón mismo de la fisura y la configuración del momento histórico y cultural de la actualidad, que no favorece un muchas formas la libre construcción de toda la potencialidad del individuo, para que encuentra la forma de ser, de crear salud física, psicológica y social.

Acerca del autor

Fernando Sánchez

Fernando Sánchez

Coordinador Clínico en AMAI TLP - Nº Colegiado: M-23738

Fernando es el Coordinador del Equipo Clínico en AMAI TLP, es psicólogo general sanitario. Posee un Máster en Psicología Clínica y Psicoterapia. Pertenece a la Sociedad Española de Psicología Analítica. Es especialista en el tratamiento de de Trauma psíquico y desarrolla Terapia sensomotriz del trauma en el Instituto de Psicoterapia Sensomotriz. Es terapeuta EMDR en la Asociación EMDR España.

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