Skip to main content

Desde el punto de vista clínico, los límites son importantes porque son el marco de referencia en el que el menor aprende que existe lo que se llama el principio de realidad.

¿Porqué son importantes los límites?

Cuando hablamos de un apego seguro nos referimos a una relación sintónica entre el menor y su cuidador en la que este le proporciona cuidados y seguridad. Los límites son fundamentales para que el niño perciba dicha seguridad, ya que le dan una respuesta de afrontamiento ante situaciones novedosas e inciertas, le ayudan a organizarse, a encontrar un mapa desde el que poder actuar. 

Con ellos aprenden a discernir lo que está bien de lo que está mal, las consecuencias naturales de cada actuación y a relacionarse de manera adecuada con el otro. Así entienden que cada uno también puede tener sus propios límites, como aprender a decir que no o respetarlo cuando es el otro quien lo dice, respetar el espacio interpersonal de uno mismo y de los demás, o habilidades sociales como no subir el tono de voz, no faltar al respeto o escuchar cuando el otro habla. 

 

Autoregulación

Todo esto nos lleva a hablar de la capacidad de autoregulación y autocontrol que en gran medida se ven relacionados con el establecimiento de límites en la infancia. La autoregulación se conoce como capacidad de control y de gestión de los pensamientos, emociones y acciones, en definitiva es aprender a ponerse límites a uno mismo y manejar y modular nuestras reacciones a lo que el entorno nos presenta. Por tanto la existencia de límites en la infancia es algo imprescindible para la génesis de dicha habilidad. Si hablamos de una emoción que hoy en día está en todas las conversaciones como es la frustración, es la emoción por excelencia que se aprende a gestionar si han existido dichos límites. Hoy parece que la educación positiva que tanto se plantea, pretende educar sin que el niño se frustre, por tanto, sin límites. Eso resulta enormemente contraproducente para el menor porque entramos en la esfera de la sobreprotección y de generar al mismo uno realidad ficticia que antes o después se destruirá y generará problemas emocionales y de conducta, cuando compruebe que hay cosas que se escapan a su control, que ahí fuera existen normas de convivencia y sociales, pero sobre todo que hay otros con mundos internos particulares que tienen también sus propios límites. Por tanto el adulto debe aprender a decir no y a posicionarse, generando así una mayor seguridad para el menor.

 

¿Cómo deben ser los límites? 

  • Claros, concretos y concisos (Por ejemplo: «Agarra mi mano para cruzar»)
  • Ser dichos en positivo (Por ejemplo: «Cuando comas pon las manos encima de la mesa» y no: «No hagas eso con las manos al comer»).
  • Ser coherentes y consistentes (Por ejemplo: No decir SÍ después de decir NO)
  • Plantear consecuencias que podamos cumplir
  • A medida que van haciéndose mayores, debemos llegar a consensos para el establecimiento de los límites
  • No debemos subir el tono de voz, ni gritar
  • Evitemos dar sermones